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lunes, 8 de noviembre de 2010

Clarividente


Entré. Allí estaba ella, sentada, haciedo lo suyo. Por un segundo cruzamos nuestras miradas, tiempo suficiente para que ella adivinara cuáles eran mis intenciones.
—Léame la fortuna —le pedí.
—Setecientos cincuenta y nueve euros —respondió.
—Gracias —le dije, y salí del banco.

viernes, 9 de abril de 2010

Número de suerte


Era el día ocho de agosto de 1988. A las ocho y ocho de la mañana, Octavio leía la página ocho del diario. Había tomado ya ocho tazas de café y podía sentir esa ansia correrle por la sangre. Hoy se cumplían ocho años desde que contrajo matrimonio con Otilia. El día no le podía ser más propicio.

―Cariño, me siento con suerte. Iré a las carreras de caballos y le apostaré todos nuestros ahorros a Octagon, el caballo más prometedor de la octava carrera.

Ella, apacible, le dio un beso en la frente. Y así, sin más, partió él, con una sonrisa a flor de labios y la esperanza tatuada en los ojos.

Pasaron las horas y, a las ocho de la noche, volvió Octavio a casa.

―¿Cómo te fue? ―preguntó ella, llena de afán por escuchar las buenas nuevas― ¿Hemos ganado? ¿En qué lugar llegó Octagon?

Él, sin levantar la mirada, sólo alcanzó a decir.

―Llegó octavo.

Imagen: Horse Race by sb

jueves, 11 de febrero de 2010

Círculos


El lugar estaba ya cercado. El cuerpo policial había iniciado la recopilación de pruebas, el crimen perfecto no existe aunque, a veces, así lo parezca.
Eran las dos de la madrugada cuando el inspector Leines recibió una llamada en el móvil.
―No, no estoy durmiendo. Voy enseguida ―fue lo que nadie le oyó decir, pues luego de muchas relaciones extrañas y dos divorcios habían hecho que tomase la determinación de no implicarse nunca más con persona alguna.
Se levantó de la cama y, al estirarse, no reconoció ese pequeño dolor en los brazos y en los hombros. Pensó que quizá ya estaba viejo para estos trotes, pero eliminó ese pensamiento rápidamente, pues no había pasado mucho tiempo desde la celebración de su cumpleaños número cincuenta. Se enjuagó la cara, como para hacer que el sueño y el cansancio se escurrieran con el agua, se observó en el espejo y analizó cada arruga, cada cicatriz que el tiempo y su trabajo como jefe de la policía criminal le habían dejado. Se vistió lentamente, mientras trataba de convencerse una vez más el porqué de haber elegido esa profesión. “Lo excitante, los juegos psicológicos y la interacción con lo invisible... hasta que deja de serlo”, se repetía cada vez que encontraban algún cuerpo victimado por otro, una amenaza latente, una huella, un indicio de algo que no poseía aún respuesta. Edvard Leines se sentía como poseedor de todo y de nada, vidas que dependían de él, de sus interrogantes y de su habilidad para solucionar, hasta ahora, la mayor parte de los casos que se le presentaban. Estaba conforme con su equipo, pero le gustaba más trabajar solo, sin que nadie cuestionara su comportamiento o su forma de proceder.
El delito, una mujer, de aproximadamente cuarenta años, había sido asesinada. No había sido violada y tampoco le habían robado cosa alguna. Un hombre que caminaba con su perro la encontró a un lado de la carretera, cubriendo la nieve con su sangre y la mirada muerta de quien no alcanzó a reaccionar a tiempo. El arma, objeto punzo-cortante, introducido limpiamente en el lugar del corazón. Al hacer la autopsia, encontraron pétalos de rosa en la herida.
―¿Otra vez pétalos?
―Sí, novena víctima del asesino de los pétalos. Ya va siendo hora de que atrapemos a ese cabrón ―era lo que respondía Leines repetidamente a sus colegas. Ya estaba cansado del mismo tema, de las mismas preguntas.
El asesino de los pétalos, como habían bautizado a este misterioso personaje, parecía no tener un patrón determinado en cuanto a la selección de sus víctimas. Parecían escogidas al azar, sin importar edad, ni sexo, ni posición social. Sus víctimas anteriores incluían una muchacha de catorce años, un hombre de sesenta y siete... y así por el estilo. Lo único que podían tener ellos en común era la cuchillada en el corazón y los rojos pétalos en el corte.
Empezaron con la rutina básica. Averiguar el nombre de la mujer, ocupación, domicilio, contactar con sus parientes, amigos y compañeros de trabajo, las últimas llamadas hechas y recibidas en el móvil, las actividades que había realizado los días previos. Nada. Tonje Røstad no era una mujer modelo, pero era amable con sus vecinos y con sus colegas, vivía sola, era ordenada y pulcra. Realmente era difícil pensar en un motivo para ser asesinada de esa manera.
Pero esta vez había un detalle diferente. Había un testigo. Helge Nordnes estaba seguro de lo que había visto. Y lo contó tal y como lo presenció a Kari Anne Jørgensen, la encargada de recopilar información. Descripción de un hombre, de un coche, matrícula, la forma en que él, ciclista por afición sintió la adrenalina de no creer lo que sus ojos observaban, pero que su entendimiento transformaba en la prisa por notificar a las autoridades pertinentes.
Era muy simple, muy sencillo, para ser verdad. ¿Tenían ya todos los datos y al asesino de los pétalos identificado? Luego de tres años de exhaustiva investigación, parecía que el homicida se les presentaba en frente, por puro descuido.
El escuadrón policial estaba listo para aprehender al criminal. Cuando ingresaron a la casa, les agredió un empalagoso aroma a rosas. Y ahí estaba él, esperándoles, insanamente tranquilo.
―Este mundo está totalmente podrido. La gente no tiene corazón y yo quise poner algo hermoso y delicado en cada pecho. ¿No se dan cuenta?
Edvard Leines se sentía como poseedor de todo y de nada, al mismo tiempo que lo conducían esposado a la estación en la que él, tantas veces se había perseguido a sí mismo. Se cerraba el círculo.

jueves, 28 de enero de 2010

Carta al olvido



Desde que te perdí, todo cambió. Siento tu ausencia en cada pensamiento, en cada historia vacía, en cada recuerdo inexistente, en cada anhelo destruido.

Lo único que deseo es recuperarte, tenerte de vuelta, en mi mente, en mi vida, en mi día a día. Algunos me dicen que no pierda las esperanzas, que has de volver poco a poco. Otros me dicen que quizá nunca más te vuelva a ver. Mi especialista hace lo que puede, lo noto, pero no veo resultados. Y me hundo. Me hundo de pensar que nunca te di el valor que te merecías, que yo pensaba que siempre estarías allí, dando vueltas, siendo parte de mis hazañas y construyendo las alegrías de mi vejez. Pero no. Me abandonaste fríamente luego del accidente. Te marchaste así, porque sí, sin avisar. Y me di cuenta cuando ya era muy tarde, lo lamento tanto. No te supe apreciar mientras te tuve. Ahora, sin ti, me siento tan solo, tan hueco. A veces pienso si merece la pena seguir viviendo así. Sé que puedo construir algo nuevo, que la vida sigue y siempre hay cosas nuevas que experimentar. Se dice fácil. Pero lo que tú representabas... eras mi existencia entera.

Te llevaste mis recuerdos, y por eso te deseo más. Maldita amnesia.

Imagen: Persistencia de la Memoria de Salvador Dalí

viernes, 4 de diciembre de 2009

A destiempo



Parecía una maldición, una pesadilla. Pero, por más que se esforzara, que se apurara, siempre llegaba tarde a todos lados. Perdía autobuses, aviones, barcos y trenes. No importaba que esperara con días de anticipación, era un problema constante, algo inesperado que distraía su atención o que lo ocupaba en otro asunto. Bastaba un segundo, y ya no había nada más que hacer.
Y así fue toda su vida, cosa que hizo complicadas muchas de sus etapas, la escuela, las citas con las novias, su matrimonio, su carrera, todo estaba marcado por un desfase imposible.
Lo único a lo que llegó a tiempo fue a su propia muerte, a la que arribó antes de perder la cordura. Y a pesar de todo, su cajón se presentó con dos días de retraso a su propio funeral.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Amor propio


Imagen: El hombre de la flor amarilla de Emilio Pettoruti

Se miraba en el espejo detenidamente. Pliegues, formas, líneas y curvas. Cada centímetro de su piel le parecía exquisitamente tallada y, con sus dedos, dibujaba caminos de deleite y admiración. Sus cabellos primorosos, como los de un ángel recién nacido, adornaban espléndidamente la perfección de sus ojos armoniosos y simétricos. Nunca había él visto algo tan hermoso, y ahí estaba, frente a él, la imagen de sí mismo.

Nunca consideró que el resto de las criaturas estuvieran a su altura. Se alimentaba de vegetales y carnes cuidadosamente seleccionadas por él, perfectas, impolutas, imposibles. Pero siempre quedaba con un sentimiento profundo de insatisfacción.

“Uno es lo que come”, pensó aquel día. Y mientras se observaba, una sensación de vacío se producía en su estómago. Trataba de convencerse a sí mismo que nunca habrá algo mejor en el universo que él mismo. Narciso se miró las manos cuidadosamente, la palma con el destino de la belleza trazado en ella, los dedos finos y largos como cuellos de cisne.

Pensando que el mejor banquete sería su propio cuerpo, empezó por comerse las uñas...

miércoles, 14 de octubre de 2009

Canción de cuna para no morir



Imagen: Magic Forest de Silvia Forrest

Dicen que ella huía. Que cogió a su niño en brazos, una maleta vieja y salió corriendo del lugar. Ella se adentró en la oscuridad y el frío del bosque. Los árboles la miraban extrañados y trataban de preguntarle la razón de su huida. Ella sólo seguía avanzando, sin mirar atrás. Los duendes borraron sus huellas en el camino escogido por ella, porque comprendían que ella escapaba de lo mismo a lo que ellos temían. El caso es que nadie venía tras ella, ningún aldeano con antorchas o tridentes, ni un alma que quisiera castigarla.
Huía porque era su destino, al mismo tiempo que huía del destino mismo. El niño no emitía sonido alguno, porque sabía también que el bosque los protegería, sentía la angustia de su madre y lo hacía suyo, transformándolo en las palabras que usaría para escribir esta historia.
Los días y las noches se sucedieron y la madre ya estaba agotada, agonizante de tanto vagar. Se sentó al pie de un árbol viejo como ella misma. Duendes, trolls, fantasmas, alces y demás criaturas de la espesura la observaban. El final estaba cerca. Ella miró a su niño. Y, con sus últimas fuerzas, le contó su historia, la cual él debería no olvidar, porque el día que él no la recordara más, la magia dejaría de existir.


viernes, 18 de setiembre de 2009

Llegadas



Imagen: Moon

Miraba por la ventana. Esperando. Él llegaría, como siempre, cuando la luna esté redonda y madura como el amor que ella sentía. Aguardaba. Y su rostro se iluminaba al ver la silueta masculina marcarse en el horizonte. Él se aproximaba, augusto, grande, amable. Ella explotaba de amor previamente, sin que él la haya tocado aún, sin haberla mirado siquiera. Él se sentía en casa, por fin. Recibiría un abrazo y un beso, el calor de la noche y la humedad de la madrugada. Ella imaginaba sus manos recorriéndola bajo la luz de las velas, deseaba entregarse y dejarse llevar por el ritmo de un corazón desbocado. Él se sentía cada vez más cerca, casi no podía esperar a ser presa de esos brazos que él amaba. Ella lo vería cruzar la puerta y se imaginaría lo que sería abrazarle. Pero no, tampoco esta noche. Ninguna noche. Porque él siempre entraría a la casa vecina. Y ella seguiría esperando inútilmente.

jueves, 10 de setiembre de 2009

Invitación



Esperaba con ansias tu visita. Pero pasa, toma asiento. Cuéntame, mientras sirvo el té y parto un trozo del cake que he preparado hoy, cuál es tu nombre verdadero, a qué te dedicas. Muchas gracias, es una receta de mi madre. Gabriel, qué bonito nombre, sí, como el angelito. Y bombero, qué impresionante. ¿A mí? Sí, me gusta mucho pintar. Esos cuadros que ves ahí los pinté el verano pasado. No, nunca he estado en curso de pintura alguno. Claro, puedes tomar más cake si lo deseas. Lo preparé para ti. Qué bueno que te guste.

Me parece increíble que nos hayamos conocido de esta manera. No me creerás, pero yo soy muy tímida y nunca antes había respondido un anuncio del diario, pero habías puesto foto, y algo me impulsó a tomar contacto contigo. Que sí, de verdad lo soy. Ay, hombre, gracias por los cumplidos, pero no soy tan bonita como tú dices. ¿Al cine? Claro, podemos ir la próxima semana, si quieres. Hay una película belga muy bonita que quiero ver. ¿Es también la que tú quieres ver? Mira tú, qué coincidencia. Sí, el martes me viene bien.

¿Que por qué decidí invitarte a mi casa y no encontrarnos en un café? Verás, hace exactamente dos años, tres meses y cuatro semanas, yo caminaba por calle Palatinos a eso de las nueve de la noche. Volvía de mis clases de piano. Sí, me gusta mucho, y creo que he aprendido bastante. El caso es que cuando doblé la esquina hacia Corrales, un hombre se me acercó de una manera muy fea. Me sujetó fuertemente, casi caí desmayada del dolor y del espanto. Por su aliento, no fue difícil para mí comprender que estaba ebrio, prácticamente no podía ni articular palabra. Por más que yo tratara de zafar, el hombre logró levantarme la falda y destrozar mis bragas. Fue lo más horrible que he experimentado en mi vida. Sentir que ese sujeto despreciable me pentraba, rompiendo lo más profundo de mi alma... es indescriptible. Sí, gracias, un pañuelo me vendría bien, voy a la cocina, y vuelvo.

El caso es que, incluso luego de haber estado en terapia y, a pesar del tiempo transcurrido, no logro sobreponerme. Por eso cuando vi tu foto, con esa sonrisa de niño primoroso que no lastima a nadie, comprendí que no poseías ningún tipo de recuerdo, remordimiento ni pesar por lo que me hiciste aquella noche. Pero supongo que ahora no me podrás decir nada, así de muerto como estás. Me alegra que te haya gustado el cake.

martes, 1 de setiembre de 2009

Culpable



Imagen: Gavel court

El acusado, ciudadano de nacionalidad lituana, con residencia ilegal en nuestro país, espera su sentencia. Había atropellado, la noche del sábado, a dos ciclistas en acción temeraria e imprudente. Conducía, en total estado de ebriedad, un vehículo robado sin haber aprobado el examen de manejo. Se le procesaba, en la sala de delitos ambientales, por no haber usado gasolina sin plomo en el automóvil en cuestión.

viernes, 7 de agosto de 2009

Reincidencia



Imagen: Crime Fingers

No recuerdo lo que hice anoche. No entiendo por qué viene usted a interrogarme, a hurgar en mi interior. Sí, ya sé que tengo tierra y quizá otro tipo de materias orgánicas bajo las uñas. Sé también que estoy completamente magullada, que tengo hematomas y la cabeza rota, como si hubiera luchado. Soy más que consciente de que algo sucedió entre las diez y las doce de la noche en ese lugar y, obviamente, estuve allí. No, no creo haber visto la cara de la otra persona. Tampoco sé qué tipo de armas se usaron, o si las hubo. No creo poder responder a sus preguntas, por más que quiera, por más que lo intente.

Espere, ¿qué hace? Está bien que yo esté echada en esta camilla, totalmente inerte y fría, pero eso no significa que usted tenga permiso de cometer el mismo crimen que me trajo aquí.

domingo, 19 de julio de 2009

Sin palabras


Imagen: Moon

Venían de todas las esquinas del mundo a hablar con ella. Octogenaria, sabia, ciega, tradicional, hecha de tierra y musgo. Se decía que el viento podía hablar con ella, que le susurraba palabras al oído, para quien las necesitara. Una palabra para cada menesteroso, para aquél con penas de amor, para aquéllos que no podían dormir, para los tristes, para los pobres, para los desafortunados. Palabras de aliento, de ayuda, de consuelo.

Cuando yo recibí la palabra de ella, se me desangraba el alma. Me habían dicho que no le dijera nada, que no la mirara a los ojos. Que me arrodillara en silencio a su lado. Así lo hice. La vieja me leyó entera. Sentí una brisa suave, ella cerró los ojos y pronunció una palabra que no entendí. Miré a la joven al fondo de la habitación y moví la cabeza, confundida. La mujer repitió la palabra. Sin querer y, por pura costumbre, miré a la anciana y le dije “Gracias”. La joven me miró espantada. Un rostro amable y lleno de arrugas me devolvió la mirada serenamente y se disolvió, se convirtió en un montón de polvo que el viento de sus amores arrasó. Tantos años escuchando al viento, enamorándose de él y él de ella. Días y noches enteras que él le cantaba al oído y ella se dejaba amar. Así, en silencio, en secreto.

Yo rompí el hechizo. Los dos corren por el mundo amándose entre los árboles y jugando con la lluvia. Siempre me preguntaré qué palabra fue la que me dijo.

miércoles, 15 de julio de 2009

Adiós


Imagen: Rabbit

Se despidió de todos. Con un apretón de manos, con un beso o un abrazo. Del cielo azul, de la mañana sin luz, de la luna de cristal, de las figuras imposibles al otro lado de su espejo, del camino que no lleva a ningún lado, de su cuerpo sin sombra. Se despidió incluso de los que no recordaba.

Secó cada una de sus lágrimas. Sabía bien lo que hacía, cada movimiento, cada intención. Lo tenía todo bien planificado. El frasco decía “No me bebas”, pero ella ya estaba harta de obedecer los “Cómeme” y los “Bébeme”. Alicia bebió sin respirar, cogió al conejo en sus brazos y esperó a que viniera el tornado.

miércoles, 24 de junio de 2009

De mi mente conflictuada



Imagen: Abstract Heart


Ahí estaban todos, en la sala de espera. Sin números de turno ni nada, ellos ya sabían cómo eran estas cosas. Alguien saldría por esa puerta y les llamaría para ser parte de alguna experiencia hecha sólo para él o ella. Mientras tanto, no les quedaba más que esperar, conversando, comiendo, leyendo alguna revista extraña o soñando el sueño de alguien más.

Algunos eran redondos como la luna, otros brillantes como las estrellas que vagan por el cielo nocturno, los había llenos de corazones, de flechas, inundados de pasiones infinitas. Los voladores, los rosados. Animales deseados y animales extraviados. Cada uno era una representación de la variedad de sentimientos e ideas. Estaban los pletóricos, apoteósicos, abstractos, los que ardían en llamas y los que nacían de amores impacientes.

Se abre la puerta. El silencio reina en la habitación de paredes celestes, con ventanas hacia algo imposible de describir, una mezcla entre jardines lilas y cielos verdes. El sol es un cristal iluminándolo todo. Sale un ser muy parecido a mí.

—Vengan todos —, les dijo... o les dije—. Dentro de poco voy a despertar y necesito de todos ustedes.

Y fue así como todos los personajes que he inventado mientras dormía encontraron un hogar en este relato.

domingo, 14 de junio de 2009

Fuga



Imagen: Suitcase

Era una noche soleada. Ella cogió sus cosas y se marchó. No porque se hubiera cansado de intentar, sino porque ya no había motivos para quedarse. La ropa para la nieve que todavía estaba lejos en el tiempo, los seis libros en su idioma, las pocas cosas que realmente le pertenecían, las fotos de un matrimonio destruido. Se fue muy de prisa, por eso quizá no alcanzó a llevarse todo lo que hubiera querido, o lo que fuera necesario.

Él no decía nada, nunca dijo nada. Nunca hizo nada. Por eso es que ella decidió no luchar más. Hasta acá llegamos. Estoy harta de tu falta de consideración, de que no respetes mi cansancio, mis ganas, que te importe un rábano hacerme feliz. Basta. No tenía ella a dónde ir, pero igual se fue. La ilusión la tenía hecha añicos, al igual que su corazón. Ni una lágrima. Él seguía ahí hecho pedazos, manchando de rojo la alfombra y todo el piso de madera.

jueves, 11 de junio de 2009

Al origen



Imagen: Time Machine

No entiendo por qué no funciona. Nadie me había explicado que sería así de difícil. Bueno, en realidad, nunca pregunté, sólo cogí la nave y regresé cincuenta años en el pasado. Ya estaba harto de mi vida. Todos los días la misma rutina, la misma patética película, una y otra vez. Hasta que decidí que lo mejor sería borrar todo de raíz.

He vuelto en el tiempo para asesinar al niño que fui, para autoeliminarme. Este mocoso que yace tibio y sin vida a mi costado es el décimo de hoy. Y no logro comprender por qué no desaparezco. Quizá deba volver cincuenta años en el futuro y leer más cuidadosamente, en mi manual de instrucciones de la fábrica ensambladora, de dónde exactamente vengo.

domingo, 7 de junio de 2009

Cuento de neblina en altamar



Imagen: Ghost Ship


Era una noche sin viento, sin estrellas, sin luna, desierta. Los marineros dormitábamos en cubierta, esperando la mañana, extraviados. Habíamos perdido el rumbo y las esperanzas hacía días. No se veía nada, pues todo lo cubría una densa neblina, como un bosque de algodón, en el que sólo se podía oír el sonido del agua contra la embarcación y el canto de las sirenas desafiantes, hambrientas. Tan espesa, que se podía apartar con los dedos y usarla como almohada.

El caso es que esa noche, en vez de ser una neblina gris, negra, azul y oscura; era verde, rosa y amarilla. Luz que venía de debajo del agua y ocupaba absolutamente todo, alrededor y encima.

—Nos estamos volviendo locos —dijo El Vikingo. Hombre de incierta procedencia, pero que hablaba con aromas de nieve y fiordos.

—Nada de eso —respondió nuestro capitán, que hacía buen rato había naufragado en la décima botella de aguardiente —, esa luz es tan real como que me cago en la puta madre que nos parió a todos, en mis cuarenta años en el mar jamás he visto algo parecido.

Las sirenas dejaron de cantar. Nos sentimos más solos que nunca. El silencio absoluto y la luz. La mañana que no llega.

Sentimos que golpeaban la barriga de nuestra nave. La impotencia y la desesperación se apoderó de nosotros. El miedo ante lo que no podíamos ver. La soledad. “Toc, toc, toc” hacían los golpecitos.

—¡Puta madre, tiburones! —exclamó Petardo Martínez.

—Calla imbécil, ¿cuándo has visto un tiburón que toque el fondo de un barco como si quisiera que le abran la puerta? —le respondí sin pensar, la ansiedad nos inundaba, tanto como la luz y la incertidumbre.

—¡Shhh, cállense todos! —ordenó Cucharita Pérez—. Eso es clave morse... todos... al suelo... agua... al cielo... ¿Qué carajos es ésto? Lo repiten una y otra vez.

Dejamos de oír los toquecitos. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Un estruendo y un temblor atroces, como si se pudiera temblar en altamar, caímos irremediablmente a cubierta. La luz se hizo más intensa. El mar se volcó sobre nosotros como un chorro interminable. Sentimos que nuestra embarcación bajaba. Creo que todos perdimos la consciencia en ese momento, porque ninguno de nosotros recuerda lo que sucedió luego.

Despertamos, la neblina había quedado atrás, como una pared. Las sirenas no nos acompañaban más, pero en nuestras almas quedaba el recuerdo de los amores intensos y frenéticos de las noches.

Nunca llegamos a puerto alguno. Tampoco hemos vuelto a ver la luz. Pero alguna vez escuché historias sobre la densa neblina. Habíamos navegado a través de la muerte y ahora solamente flotábamos transparente y eternamente por el mar de los sin nombre.

lunes, 1 de junio de 2009

Ritual



Imagen: Regnskog

Suenan los tambores. La tribu TundeKh’e sabe que eso sólo puede significar una cosa. Guerra. Presas de un ansia antigua, parten quienes combatirán en esta lucha a muerte. Se despiden de sus hijos y así, caminan entre la espesa selva, con los cinco sentidos puestos en ser fiera y no presa.

El cuerno ceremonial se hizo oír en la zona KunteTh’o. Era tiempo de enfrentarse hasta perder toda la sangre. Salieron bajo la luz de la luna, pisando los caminos mil veces recorridos, con el mismo fin, el mismo propósito. Pelea, muerte, gritos, choque.

Y en este combate carnal, ambas tribus se entrelazaban, se mezclaban en una masa de sudores y gemidos. Las voraces TundeKh’e, los salvajes KunteTh’o, tratando de engendrar nuevos guerreros que repitan el rito.

lunes, 25 de mayo de 2009

Óbito



Imagen: Radnor St. Cemetery

Era el día de su entierro. El problema es que se sentía más lleno de vida que nunca. Había gozo en su corazón, risa en su alma, amor en sus pupilas. Su familia y sus amigos habían decidido que era hora de decirle adiós. Las flores primorosas, el cajón oval, la música sutil, el café y los cigarrillos. Y él, paseando por todas las habitaciones, tratando de convencerles que era un error, mírenme, carajo, por estas venas corre sangre todavía. No había caso. Era como si no existiera.

Lo limpiaron, le vistieron con el mejor de sus trajes, el de matrimonio, le peinaron y le engominaron el bigote de gallardo coronel. Y él reclamando, que no, que nunca había llevado el cabello para la derecha, que nadie me conoce en esta familia, esos lentes son para leer, esos zapatos siempre me causaron calambres. Daba lo mismo. Lo colocaron en el cajón como a un delicioso recién nacido.

Llegaron los dolientes, las lloronas. Se tomaron el café y se fumaron los cigarrillos. A él, ni una mirada. Él, en su cajón, soltaba su diatriba.

Lo enterraron a las cinco de la tarde, sin lluvias, sin grandes ceremonias, vivo.

jueves, 7 de mayo de 2009

Nocturno


Imagen: Music Notes

Era un virtuoso. Nadie podía arrancarle notas más vivas al instrumento como lo hacía él.

Lograba interpretar, como en una herida abierta, los más intensos tonos del dolor. Hay quienes dicen haber visto una nube azulina en la sala mientras él interpretaba melodías tristes de amor. Muchos lloraban por sus amores de vidas pasadas, por sus caricias perdidas, por los besos nunca entregados. Las lágrimas se convertían en notas para su partitura. Y él tocaba, tocaba sin parar, como nadie. Con toda la pena que su alma cargaba, tocaba. Se deshacía, pues él también lloraba notas en sus pentagramas. Sonidos melancólicos y profundos, como de submarinos en celo, como de cisnes enamorados.

Algunos afirman que se fue desvaneciendo con su música. Le vieron desaparecer. Se llevó la tristeza ajena consigo. Nunca se supo qué instrumento era.