domingo, 7 de junio de 2009

Cuento de neblina en altamar



Imagen: Ghost Ship


Era una noche sin viento, sin estrellas, sin luna, desierta. Los marineros dormitábamos en cubierta, esperando la mañana, extraviados. Habíamos perdido el rumbo y las esperanzas hacía días. No se veía nada, pues todo lo cubría una densa neblina, como un bosque de algodón, en el que sólo se podía oír el sonido del agua contra la embarcación y el canto de las sirenas desafiantes, hambrientas. Tan espesa, que se podía apartar con los dedos y usarla como almohada.

El caso es que esa noche, en vez de ser una neblina gris, negra, azul y oscura; era verde, rosa y amarilla. Luz que venía de debajo del agua y ocupaba absolutamente todo, alrededor y encima.

—Nos estamos volviendo locos —dijo El Vikingo. Hombre de incierta procedencia, pero que hablaba con aromas de nieve y fiordos.

—Nada de eso —respondió nuestro capitán, que hacía buen rato había naufragado en la décima botella de aguardiente —, esa luz es tan real como que me cago en la puta madre que nos parió a todos, en mis cuarenta años en el mar jamás he visto algo parecido.

Las sirenas dejaron de cantar. Nos sentimos más solos que nunca. El silencio absoluto y la luz. La mañana que no llega.

Sentimos que golpeaban la barriga de nuestra nave. La impotencia y la desesperación se apoderó de nosotros. El miedo ante lo que no podíamos ver. La soledad. “Toc, toc, toc” hacían los golpecitos.

—¡Puta madre, tiburones! —exclamó Petardo Martínez.

—Calla imbécil, ¿cuándo has visto un tiburón que toque el fondo de un barco como si quisiera que le abran la puerta? —le respondí sin pensar, la ansiedad nos inundaba, tanto como la luz y la incertidumbre.

—¡Shhh, cállense todos! —ordenó Cucharita Pérez—. Eso es clave morse... todos... al suelo... agua... al cielo... ¿Qué carajos es ésto? Lo repiten una y otra vez.

Dejamos de oír los toquecitos. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Un estruendo y un temblor atroces, como si se pudiera temblar en altamar, caímos irremediablmente a cubierta. La luz se hizo más intensa. El mar se volcó sobre nosotros como un chorro interminable. Sentimos que nuestra embarcación bajaba. Creo que todos perdimos la consciencia en ese momento, porque ninguno de nosotros recuerda lo que sucedió luego.

Despertamos, la neblina había quedado atrás, como una pared. Las sirenas no nos acompañaban más, pero en nuestras almas quedaba el recuerdo de los amores intensos y frenéticos de las noches.

Nunca llegamos a puerto alguno. Tampoco hemos vuelto a ver la luz. Pero alguna vez escuché historias sobre la densa neblina. Habíamos navegado a través de la muerte y ahora solamente flotábamos transparente y eternamente por el mar de los sin nombre.

4 comentarios:

josé rasero dijo...

Me ha encantado, Oriana! Me he metido totalmente en ese barco, rodeado de esa neblina -bosque de algodón-,con esos marineros, las sirenas, la incógnita de qué pasó cuando quedaron inconscientes, ese destino tan incierto. Chapó!
Besos grandes

Oriana P. S. dijo...

Te escribo lo mismo que me escribiste. Me encanta encantarte. :)

Besos fantasmales.

Javier López dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Oriana P. S. dijo...

Ay Javier, muchas gracias.

Sin ti no sería lo que es... en muchos niveles.