martes, 10 de marzo de 2009

Destinados



Se vieron, por primera vez, aquel lunes soleado, al regresar del mercado.
Ella, un paradigma de porcelana y pastel. Él, la personificación del trópico y del sol. Desearon inmediatamente juntar cóncavo y convexo, cerámica y selva. Decidieron que eran el uno para el otro, pero era una lucha imposible. Nada dependía de ellos y la sola espera marchitaba sus ganas de lunes por la tarde.
Él admiraba sus formas amplias, que escondían un frío polar pero, al mismo tiempo, invitaban con amables y redondas bienvenidas. Ella quería sentir su piel, disfrutar su aroma a árbol, a tierra mojada, gozar de su naturaleza de veranos eternos.
Y se observaban ansiosos. Aguardando. Él, sudando gotas con recuerdos de lluvia; ella, abriéndose cada vez más, mostrando sus capacidades, su extensión.
Unas manos, divinas, suaves, juntaron sus existencias. Lo que por gracia ha sido unido, no lo separe nadie. Los días serán eternos. Ahora el mango habitaba en la frutera.

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