domingo, 25 de enero de 2009

Nostalgia


Aterrizó. Pudo sentir nuevamente sus extremidades. Tanteó con dedos cuidadosos. No, no estaba herido, ni le faltaban piezas. No era la primera vez que se sentía ave. Se sacudió papeles y ramitas incrustadas en su ropa y empezó a caminar.

Se podía ver el sol, lo cual estaba bien, aunque sea por los próximos veintitantos minutos, si sus cálculos eran más o menos correctos. Estaba mareado, lo que explicaba su andar de borracho por las calles desiertas. Podía ver los ojos que le miraban espantados desde los sótanos, él saludaba como si nada, ya estaba acostumbrado. Nunca antes había estado en ese pueblo. La misma zona de siempre, pero nunca allí. Paseó por las diferentes tiendas, tomó helados, acomodó alguna que otra ventana suelta.

Era un pueblo pequeño, seguro a nadie le importaría luego qué tan destruído vaya a quedar, salvo a sus propios habitantes. Una calle principal, dos o tres restaurantes, la pastelería de sueños, la tabaquería junto a la tienda de licores, como presagiando unas buenas jornadas de fiesta; algunas tiendas de ropa, algunas casitas primorosas, lo mismo de siempre. Pero había algo que no era igual, no sabía exactamente qué. Quizá fue un sentimiento de hogar, ese rincón que a veces añoraba entre viaje y viaje. Por eso, cuando escuchó el bramido, indicación de que ya era hora de partir, y que lo sacó de sus pensamientos; le rogó que por favor no lastimara este espacio. Se puso en posición, ya sabía cómo eran esas cosas.

Pasó el ojo de la tormenta. Alzó con él, pero no se llevó ni una piedra de ese lugar...

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