viernes, 14 de noviembre de 2008

Más vale solo que mal acompañado.


Se levantó. Adolorido, resaqueado. No recordaba lo sucedido, había mucho desorden a su alrededor, cristales rotos, extraños, cortantes, colorados como la sangre. Sin saber porqué, los recogió, los unió, y cuando hubo formado ese bulto innombrable, de forma extraña, lo colocó en el hueco que le había quedado en el pecho.

Volvieron a su mente punzantes imágenes. Fue sacudido nuevamente por miles de relámpagos. El bulto quiso romperse otra vez, quiso saltar de su pecho, pero él no lo permitió.
-No tienes vida propia. -dijo – Me perteneces y yo puedo hacer contigo lo que quiera.
Pero el bulto no podía más. El viejo lo supo. Y después de una lucha incansable entre el amor y el desamor, entre imágenes dolorosas y la noche, decidió arrancar de sí ese bulto odioso. Lanzarlo, destruirlo. Quedar con ese horroroso hueco en el pecho.
-Prefiero vivir sin corazón antes que tener uno para armar a duras penas cada vez que se desarme.
Y así fue que el viejo siguió su camino, sin corazón, con un agujero abierto, sangrante, penoso, feliz.

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